Paladar 86 - Tener un hijo
Nació Simón. Preparé flan. Un cuento mío es finalista de un concurso. La paternidad y los miedos. Un relato para mí mismo.
Domingo. Me despierta tu mamá.
–Va a nacer hoy –dice, de pie contra el marco de la puerta, las dos manos sobre su panza.
Vas a nacer hoy.
Tenía todo comprado para preparar un flan, pienso mientras tu mamá se mueve sobre una pelota de pilates en la sala de pre parto. No se lo digo, no. Lo pienso porque tengo hambre, sólo desayuné un yogur.
La sala de nacer es un horno, o un sauna. El calor es húmedo. Tu mamá no da más, y eso dice: no doy más, no puedo, no voy a poder. Pero todas le dicen que sí, que va a poder. La ginecóloga, la partera, el maravilloso coro de enfermeras del hospital. Vas a poder, le dicen. Ya falta poco. Vas bien. Y va a poder. Todavía no lo sabe –y vos tampoco– pero va a poder hacerlo, y más que nada va a poder superar los fantasmas de un primer parto violento y traumático. Va a poder porque aunque no lo vayas a entender hasta dentro de un montón, y aunque ella no lo crea –no crea–, ella siempre puede.
Dieciséis cero seis. Tres kilos trescientos sesenta gramos. Cincuenta centímetros. En un rato vas a tener ese olor, el olor a bebé.
Hola, Simón. Hola, bebé❤️
Es de noche. Llamo a casa. Margarita te ve por primera vez. Se emociona. Le preguntamos si está emocionada y dice que sí. Te mira. Lloramos para adentro, para que tu hermana no se ponga mal. Es hermosa. Sos hermoso.
Padre argentino, madre uruguaya, hija argentina, hijo uruguayo.
Estamos a mano.
Tu hermana viene a verte. Le da vergüenza mostrar lo que le pasa y lo que le pasa es lo que nos pasa a todos. Estamos felices y a la vez tenemos miedo ante semejante fragilidad, ante lo que se viene, lo que se vino. Vos.
Lloriqueás un poco y Margarita te canta Parte del aire. Ya sos parte de nuestro aire. Para ella, “el amor más grande que conocí”.
Después de la escuela Margarita llega con regalo: sus compañeros y compañeras escribieron cartas para vos, para ella, para nosotros. Magui revolucionó su sala con tu llegada. No habla de otra cosa. Hoy voy a dormir con ella. En un rato vamos a verte por videollamada. Vos con mamá en el hospital, Magui conmigo en casa, vamos a dormir proyectando un universo de a cuatro.
Esta es tu casa. Tu cuna. Las gatas. Nuestra cama. El cuarto de Margarita. Tu vida. Nuestra vida.
Tu mamá no puede creer que camina, se mueve, hace cosas –tengo que decirle que pare un poco, que descanse, porque no para; ya la vas a conocer–. Igual la entiendo; cuando nació tu hermana, tu mamá no pudo levantarse de la cama por un mes –por eso me convertí en experto en cambiar pañales, aunque ahora no lo notes porque estoy falto de práctica–. Tu mamá no puede creer estar tan bien ni tan cerca de los suyos, su familia, sus amigas. Esta vez le toca a ella, pero de alguna manera nos toca a todos.
Preparo el flan. Queda rico. Con dulce de leche Conaprole, siempre. No vas a poder creer la delicia (aunque me quedo con el Chimbote).
“¿Naciste bien, Simón?”, pregunta en una de las cartas uno de los compañeritos de Margarita. Lloro al leer los mensajes. Hay dibujos de panzas con bebitos cabeza abajo, corazones, mensajes de amor. Teo dice que quiere venir a casa a conocerte. Maite te escribió un poema.
Margarita te da un beso de buenas noches y dice que ya no nos va a dar más besos porque se le va el gustito a vos.
A ella le gusta tenerte a upa, agarrarte la mano mientras te cambiamos, verte dormir. Te habla y te cuenta cosas de su vida y de la vida. Te enseña palabras. Te calma. A nosotros nos calma ese vínculo hermoso que tiene nada, ¿cuánto tiempo? Nada.
Primer control. Ya se empieza a notar la dificultad de tener dos en vez de una: el turno es a la hora que sale tu hermana de la escuela. Te dejo con tu mamá en el centro médico y me voy a buscar a Margarita. Es raro no estar ahí. A los controles de tu hermana íbamos casi siempre los dos. ¿Cómo vamos a hacer? Como todo el mundo, supongo. Un mundo ajeno para mí.
Después de levantar a Margarita vuelo a casa para dar el taller de escritura virtual, pero llego tarde. Al rato cae el mensaje de tu mamá:
–Está todo bien. Dice que a esta edad los bebés suben en promedio 20 gramos por día: Simón subió 40.
Mi celular explota de fotos nuevas. En la mayoría estás con tu hermana: ella te tiene a upa, ella te hace mimos, ella te canta, ella te sostiene mientras lee Mafalda. No puedo dejar de verlos; de verlas (a ustedes; las fotos). Agradezco cada día tener un trabajo –varios trabajos– sin horario fijo. Poder estar. Poder “tomarme” licencia aunque no tenga licencia. Trabajar de noche. Escribir de noche. Acomodar los horarios para estar. Dormir menos, pero aprovechar el día con ustedes y mientras duermen, corregir, programar mails, terminar presentaciones de trabajo.
Es un lujo, lo sé. Las licencias para padres son mínimas (dos días en Argentina, entre diez y trece en Uruguay), ¿sabés? Aunque siempre amagan con ampliarlas. ¿Algún día se darán cuenta de lo que significa poder estar? Para mí, para tu mamá, para vos, para tu hermana. Para todos los padres, para todas las madres. Para todos los hijos e hijas. Es un lujo el mío, lo sé. Y lo disfruto.
Un cuento mío es finalista de un concurso. No creo que vengas con un premio bajo el brazo, pero no me importa. Que esté ahí, en manos de un jurado, ya es un montón, más de lo que esperaba. El cuento trata de un padre que se baja del auto y tarda en volver, está escrito desde el punto de vista del hijo menor. Pasan otras cosas, pero la preocupación central del nene es esa: papá no viene; no vuelve. Nada del cuento tiene que ver con vos, obvio, lo escribí de un tirón hace como quince años, hace unos meses encontré el archivo en un pendrive y lo reescribí. Y no, claro que no tiene que ver con vos, que acabás de nacer. Pero a veces pienso en eso, en qué pasaría si no volviera, si no estuviera. No porque me quiera ir, sino porque a veces pasan cosas. Creo que es imposible no hacerlo, no pensar en esas cosas. ¿Hay padres que viven sin miedo de no estar para sus hijos? Yo vivo con ese miedo desde que nació tu hermana. Siempre hay que volver. Siempre quiero volver. Ni siquiera me quiero ir. A mí me costó horrores dejar a Margarita, alejarme más que un puñado de horas. Rechacé viajes laborales y trabajos nuevos para poder estar con ella cada día, a casi cada hora. Un lujo, lo sé. Creo que ya te lo dije. Que papá esté es un lujo, pero no debería serlo. Ojalá pueda estar mucho también con vos. Ojalá te sirva. Ojalá te acuerdes.
Desde que naciste fui a caminar por la rambla tres o cuatro veces. Me da culpa. O me dio culpa la primera vez. Dejé a Margarita en la escuela y le escribí a tu mamá para decirle que me iba un rato, pero que me avisara si necesitaba que volviera.
–Tranqui –me escribió–. Andá a caminar y despejar lo que necesites.
En una de esas caminatas escribí mentalmente la mitad de este texto. Ya lo conté alguna vez: escribo mientras camino. En realidad no escribo, pienso en lo que quiero escribir, me salen ideas, párrafos, textos enteros. A veces me grabo un audio y después lo escucho para recordar. A veces no hace falta, después sale solo. Despejar para mí es eso: tomar aire para seguir creando.
Te escribo a vos, Simón, pero sé que no lo vas a leer. En realidad lo escribo para mí. Es como un diario, para no olvidarme algunas cosas. Fotos de ideas. Fotos de texto. Pensamientos.
Bienvenido, hijo.
Bienvenido, Simón.
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petacular selente capo saluD viva!
Hermosísimo este paladar, y bienvenido Simón 💜
Cuan cierto es eso de no poder y no querer dejarlos, mí hija tiene casi 5 y si pudiera estaría todo el tiempo con ella