Paladar 95 - La chica de la bici
Un atardecer, una camiseta argentina, Maradona, un recuerdo: la foto que siempre quise tener. Octubre. ¿No eras eterno, Diego?
Hay fuego en el horizonte, o eso parece. Un manto naranja se apoya sobre el límite del agua, Río de la Plata altura Montevideo. Lo veo a través de la ventana del auto. Veo también la gente, mucha gente que camina por la rambla, anda en bici, trota, corre, toma mate, charla, o mira. Sólo mira. Pongo las balizas, bajo la velocidad, encuentro el hueco, estaciono, bajo, esquivo unas bicis, me siento un instante. Soy uno más de los que miran ese fuego que no quema. Foto. Otra foto. Una más. Respiro el aire-río. Vuelvo al auto. Enciendo el motor. De nuevo en el camino, una bici se me adelanta. Una mujer pedalea a toda velocidad, tanta que va más rápido que el auto. Tiene una camiseta de fútbol; franjas verticales, blancas, celestes, el número diez, un apellido escrito en imprenta mayúscula que alcanzo a ver antes de que se pierda a mi derecha, en la senda exclusiva. Dice: MARADONA.
No es la primera vez que la veo. La mujer anda seguido por la rambla, siempre a toda velocidad, y nunca llego a hacer lo que quiero hacer: sacarle una foto a esa espalda. Entre tanto Messi y tanto Suárez, algo de Román y Valverde a borbotones, Maradona es la figurita difícil.
Siempre fue la figurita difícil, al menos para mí. Casi quince años como periodista de deportes y nunca una entrevista, nunca un mano a mano. Logré hablar por teléfono varias veces a fines de los noventa, principios del nuevo siglo, cuando todavía atendía, o atendía Claudia, o atendía Cóppola ya en la era del celular. La primera vez me tembló la voz. La segunda vez quise decirle cuánto lo quería. Del resto no me acuerdo. Era como una ilusión.
Una vez estuve cerca. Muy cerca. A minutos. La Selección estaba por viajar a Sudáfrica y Diego era el entrenador. Yo trabajaba en Tiempo y no recuerdo si Flor Halfon o Ale Wall habían arreglado la entrevista y me sumaron. Estuvimos horas en Ezeiza, afuera del predio, esperando que dijeran la palabra mágica: pasen.
Me temblaban las manos, las piernas, me dolía la panza. Teníamos temas pensados, preparados, pero yo sólo quería tener mi foto con Diego. El único ser humano con el que siempre había querido tener una foto.
Al rato sonó el teléfono: Diego estaba de mal humor, se había enojado con alguien, por algo, no estaba como para dar entrevistas. Me angustié mucho, aunque no lo dije. Volví con la certeza de que nunca más iba a tener la posibilidad. Y nunca más la tuve.
Sería exagerado decir que mi vida fue Maradona, pero sí es cierto que Maradona estuvo conmigo durante más de cuarenta años. Yo tenía dos cuando ganó el Mundial Juvenil –del que obviamente no tuve registro–, pero nueve cuando ganó en México 86, trece cuando perdió la final en el 90; diecisiete cuando le cortaron las piernas en Estados Unidos. Recuerdo flashes, también: las despertadas de los domingos, en la casa de mi viejo, para verlo jugar en el Nápoli; la detención en el departamento de Caballito; la ilusión de su regreso en Sevilla, primero, y en Newell’s después; las noches del Diez en Canal 13; la vigilia frente a la Suizo Argentina, ya como periodista, cuando perdió una de sus tantas vidas.
Tenía cuarenta y tres cuando murió, durante el primer año pandémico. Me enteré mientras iba a llevar al jardín a Margarita. Lloré todo el viaje de vuelta y todo el día y también cuando la fui a buscar a la tarde. Le expliqué a mi hija lo que me pasaba: yo a Diego lo quería mucho.
Quería mucho a ese tipo que me había hecho feliz dentro de una cancha y me había movilizado fuera de ella. Cuando Diego reía en una entrevista, yo reía con él. Cuando sufría, cuando la pasaba mal, yo también la pasaba mal. A veces me daba bronca y decía que ya está, que se había terminado el amor. Pero volvía, siempre. Con sus contradicciones y con las mías.
Cuando se fue, cuando se fue para siempre, no podía creerlo.
¿No eras eterno, Diego?
El miércoles 30 estuve todo el día pensando en Maradona, pero no me salió nada.
Octubre.
Vi pasar por las redes sociales todas las fotos que se sacaron con él mis amigos, conocidos, ex compañeros, famosos y personas de las que no sé ni el nombre, pero yo no tengo la mía. Guardo para siempre un video, de cuando Diego tenía el programa con Víctor Hugo Morales, en el que me mandó un gran saludo por una nota que escribí sobre él, La generación de Maradona. Guardo también los resúmenes de sus goles increíbles, los jueguitos en la mitad de la cancha, la emoción de ver Héroes una y otra vez sin cansarme, las flores con las que Dalma decoró sus medias, las ganas de tirarme en medio de la vereda a llorar cuando me enteré de que se había muerto.
Hoy salió esto.
Salió cuando recordé el horizonte, el fuego, las ganas de sacar una foto, la chica de la bici, una camiseta, el número diez, Maradona.
😊