Paladar 94 - ¿Dónde está el peronismo?
Las calles se llenaron de carteles y banderas, de listas y caras de candidatos, porque este domingo, acá, se vota. Schuruguay 2024: una mirada argentina sobre las elecciones uruguayas.
–Mirá, papá, cambió el cartel. Ya no es más rojo.
El cartel de Andrés Ojeda, candidato a presidente por el Partido Colorado, luce diferente. Fondo blanco, foto actualizada, letras azules y rojas. Limpio. Desprovisto de señales partidarias. No es más rojo; de eso se dio cuenta Margarita. No es más Colorado; de eso nos damos cuenta todos.
Este domingo hay elecciones, las elecciones generales que podrían decidir quién va a ser el próximo presidente pero que en principio van a decidir quiénes van a ir al balotaje, cómo estará integrado el Parlamento, quiénes serán los miembros de las juntas electorales departamentales y qué pasará con los dos plebiscitos sobre la mesa (o sobre las urnas): el de allanamientos nocturnos y el de la seguridad social.
Las elecciones internas de junio precalentaron un poco el tema, pero elegidos los candidatos de cada partido, y descartados los que no superaron el mínimo de quinientos votos para poder presentarse en octubre, todo volvió a enfriarse. Hasta hace algunas semanas. Subió la temperatura. Se encendió también la campaña. O al menos eso veo yo: un argentino viviendo sus primeras elecciones en Uruguay.
Argentina y Uruguay no tienen tantas diferencias. Climas similares –al menos a esta altura del mapa–, mismo idioma, misma cultura, playas, gustos gastronómicos. Pero de este lado del río los cambios bajan. Todo se vive a otro ritmo. Las alegrías y los dramas. Mate. El descanso y el caos. La paz y la violencia. Mate. Es como bajar el volumen. Caminar más lento, hablar pausado. Mate. Comer despacio. Mirar más. La política también es diferente. Hay derecha. Hay izquierda. Mate. Más al centro, menos al centro. Pero acá falta algo clave: en Uruguay no hay peronismo.
Andrés Ojeda ganó las internas del Partido Colorado con el eje de su campaña puesta en que él es la renovación. La renovación de un partido histórico, que durante casi toda esa historia se repartió con el Partido Nacional (los Blancos) la conducción del país y del parlamento. Pero algo pasó en el Partido Colorado con la crisis de principios de siglo. Como en Argentina con el radicalismo en esa Alianza liderada por De la Rúa, acá el gobierno de Jorge Battle padeció la crisis –aunque en este caso completó su mandato 2000-2005– y los colorados no volvieron al poder. Con mejores o peores desempeños, suele estar tercero en cada elección y termina acoplándose al candidato Blanco para competir en el balotaje contra el Frente Amplio. Con un montón de precandidatos, todos los sondeos dieron ganador de la interna 2024 a Ojeda, por sobre Robert Silva, Tabaré Viera y el resto. Y ganó Ojeda, nomá. Y eligió a Silva como su candidato a vicepresidente.
Ojeda es un abogado joven, experto en derecho penal, mediático, que apela a una fórmula marketinera y efectista: “La renovación avanza”, repitió durante meses hasta que llegaron las internas. Una vez que ganó, los carteles dicen otra cosa: “El nuevo presidente”. No hablan de Partido Colorado, aunque representan del Partido Colorado. De su afiche, de sus gigantografías, sacaron toda referencia al partido. Primero, con fondo claro, quedó un “Partido Colorado” diminuto, imperceptible. Después, con fondo oscuro, no quedó nada. Para los distraídos, ya no es el candidato colorado; es “el nuevo”. El que viene de afuera de la política. El que filma un spot mientras levanta pesas en el gimnasio. El que habla de salud mental en uno de los países con más suicidios en Latinoamérica.
Hace poco Jorge Rial lo comparó con Milei y a Ojeda no le molestó. Dijo que aunque no se parece en lo que quieren para sus países, tienen en común que vienen de afuera, en que salen de lo tradicional. Con ese lavado de cara del partido tradicional por el que ganó su interna, Ojeda creció y creció hasta quedar, según las últimas encuestas, a un par de puntos de Álvaro Delgado, el candidato blanco (del partido gobernante).
Hasta el año pasado, Delgado fue el secretario de la Presidencia. Fue una de las caras del gobierno de Lacalle Pou. En la interna blanca, le ganó cómodamente a Laura Raffo, a quien no le alcanzó su propio lavado de cara con agencia de publicidad incluida y mucha pauta en redes. Los blancos, de alguna manera, eligieron la continuidad, lo tradicional: mas de este gobierno. Más de lo mismo.
A diferencia de lo que hizo Ojeda entre los colorados (y también Orsi entre los frenteamplistas), Delgado no subió a ninguno de sus rivales al barco presidencial, y eligió como candidata a vicepresidenta a Valeria Ripoll, hija de un suboficial de la Armada, de pasado en el partido Comunista, ex secretaria general del gremio de los empleados municipales y también panelista de TV.
Rara elección, dirá cualquier argentino, hasta que se acuerda de que en 2019 Macri eligió a Pichetto –durante años jefe de bloque del kirchnerismo– como su candidato a vicepresidente (y perdió contra Alberto Fernández).
Pero no, claro, Uruguay no es Argentina. Se nota en muchas cosas, una de ellas en la convocatoria. Hace algunas semanas, Delgado fue el orador central de un encuentro en un local partidario que está a la vuelta de casa. Anticipé el caos de tránsito, muchísimas personas cortando la avenida, gritos, cantos, ruido hasta altas horas. Pasé por ahí a la hora señalada: un par de decenas de personas sentadas, otro par de decenas de pie, algo de música, globos, banderas. Los humanos no sé si llegaban a cien.
A la izquierda de la pantalla está el Frente Amplio. Yamandú Orsi, intendente de Canelones, ganó tranquilo su interna contra Carolina Cosse, intendenta de Montevideo (los dos dejaron sus cargos departamentales para meterse de lleno en la campaña), y ahora comparten la boleta: él como candidato a presidente, ella como candidata a vice.
El Frente hace campaña con la tranquilidad de los que lideran las encuestas y no gobiernan. Da pasos cortos, no mueve nada que se pueda romper. El Frente es Amplio, dicen pintadas y afiches. Somos lo que somos. Vengan que hay lugar para más.
La mar ahora está serena, pero estuvo más movida por denuncias (luego descartadas) de acoso contra el candidato presidencial. Sus rivales (los blancos y también los desteñidos colorados), mientras salen en cuanta plataforma sirva para mostrarse, acusan a Yamandú de no querer debatir y de no tener programa de gobierno.
Ni siquiera levantó oleaje cuando Ojeda lo acusó de liderar una campaña sucia en su contra en redes sociales, e incluso lo denunció ante la justicia argentina, desde donde habrían salido las fake news. “Si hay noticias falsas –dijo Orsi– lo tiene que denunciar, está bien que lo haga”.
Yamandú –y en esto es idéntico a sus competidores–, toma mate. Lo hace desde la calma que dan las encuestas: todas lo ubican alrededor de los 44 puntos.
Aunque algunos traten de asemejarlo, el Frente Amplio no se parece al peronismo. Tampoco, aunque se mimeticen en discursos varios, el Partido Nacional es el PRO. Ni los colorados son radicales, a pesar del rojo en sus estandartes habituales. Radical, radical, acá no hay nada. Para un porteño amante de la política y con pasado en campañas y comunicación política, todo parece moderado. Tan moderado que mientras en Argentina el libertarianismo de Milei ostenta fanáticos de la motosierra, acá el Partido Libertario no alcanzó en junio siquiera los quinientos (500, sí) votos necesarios para acceder a las elecciones generales.
Buena forma de promocionar esta tierra: Uruguay, país libre de libertarios.
De una de las ventanas traseras del auto asoman dos banderitas: la de Uruguay y otra de franjas anchas, roja, azul, blanca, con las letras F A en amarillo. Flamean mientras el auto avanza, vibran movidas por un aire tibio.
Con las elecciones llegan las banderitas en los autos, en las ventanas de las casas, en los balcones de los edificios; y sombrillas y carpas con mesitas en las esquinas; y las casas y locales que estaban en alquiler dejan de estar en alquiler y se transforman en espacios partidarios; y por todos lados hay gente vestida con ropas de colores y banderas sobre sus espaldas, capas de superhéroes, y reparten boletas para las elecciones generales, que son ahora, ya, este domingo 27 de octubre (efeméride para el otro lado del río: el día que murió Néstor Kirchner).
En la feria, los domingos, me frenan a cada rato.
–¿Querés una lista de…?
Y yo ni escucho de quién se trata, aunque lo sé porque ya vi los colores, los afiches, los nombres, y digo que no, que gracias. Si insisten vuelvo a decir que no, que gracias, que no voto, y los dejo con la papeleta en la mano.
A veces, cuando digo que no voto, me miran raro, e incluso me preguntan por qué, que cómo no voy a ir a votar.
–Porque soy argentino –cierro, y ahí quedan conformes. Para ellos soy un caso perdido.
Para los amantes de los paralelismos, bien podríamos viajar un lustro atrás a las elecciones argentinas jugando con los discursos de cierre de campaña de esta semana. A lo Alberto Fernández, Orsi convocó a “gobernar para todos” y a derramar “de manera más pareja”. A lo Macri, Delgado pidió “no retroceder” y advirtió que del otro lado está “el peor pasado”.
El discurso final de Ojeda no entra en ese paralelismo, pero sí en uno más actual. “Estamos a una semana de hacer historia. Estamos a una semana de cambiarlo todo (…). Y estamos en un lugar que tiene a muchísima gente enojada y nerviosa”, dijo en el cierre de los colorados. El colorado sueña con alcanzar la segunda vuelta para hacer la gran Milei. Hace unos meses parecía improbable, pero a esta altura de la humanidad yo prefiero no poner las manos en el fuego por nada.
Un amigo me escribe por whatsapp:
–¿Qué onda las elecciones por allá? ¿Cómo la ves?
Demasiado nuevo para tener certezas, le digo lo que veo, lo que leo: lo que dicen las encuestas, lo que auguran los sondeos de una hipotética segunda vuelta. Le digo, también, que acá es todo más fácil: que la centroizquierda es centroizquierda y la centroderecha es centroderecha, que no hay peronismo y que no hay, entonces, antiperonismo. Que aunque se chicaneen y se critiquen, no se odian. O no tanto. O no se nota como allá. Que los discursos violentos no tienen tanta cabida. Son raros y no suenan bien. Desentonan.
Acá también me preguntan, aunque preguntan otra cosa para tratar de entender un país entero.
–¿Me podés explicar el peronismo?
¿Se puede explicar un espacio que no se considera ni de izquierda ni de derecha, en el que convivieron, a lo largo de su historia, presidentes, legisladores, gobernadores y militantes de propuestas y pensamientos variopintos? ¿Se puede explicar que haya peronistas dentro del kirchnerismo, dentro del peronismo no kirchnerista, dentro del PRO y hasta dentro del gobierno libertario? ¿Todos son peronistas?
Tiempo atrás me dijeron: todos somos peronistas, pasa que algunos todavía no se dieron cuenta.
Se puede explicar el peronismo. Entenderlo es otra cosa. Para eso, estoy convencido, hay que vivirlo. Lo siento por mis nuevos vecinos: no van a poder.
Las calles están repletas de carteles con números de listas, afiches en los laterales de edificios, camionetas con megáfono y parlantes que despiertan bebés en sus siestas, militantes y no tan militantes que copan esquinas para repartir las listas. No todo es por amor, por convicción: en muchos casos, la salida incluye una paga diaria, como describió hace unos meses esta nota de El Observador. Un trabajo ocasional que viene bien para quienes la están pasando mal.
El índice de pobreza venía aumentando en los últimos años del gobierno del Frente Amplio, creció mucho en el primer año de Lacalle Pou, con la pandemia, y después no pudo volver a los parámetros de 2019 (8,6 en el primer semestre). Tras una leve mejora en 2023, este año aumentó de nuevo hasta superar la barrera de los 10 puntos. Sí, lo sé: al lado de Argentina –y de Latinoamérica en general– parece mínima. Pero no deja de significar lo que significa: cientos de miles de personas bajo la línea de pobreza.
Encima Uruguay es caro. Para los argentinos, desde ya, pero también para los que vivimos acá. Montevideo volvió a erigirse como la ciudad más cara de Latinoamérica, escalando en un año doce puestos: es la 42ª más cara del planeta.
Uno podría decir, entonces, que la mesa está servida para la oposición. Sin embargo, pese a las desmejoras en algunos índices y a varios escándalos y hechos de corrupción que se conocieron durante el gobierno de Lacalle Pou, a meses de dejar el poder su gestión todavía cuenta con alrededor del 45% de aprobación, según una encuesta.
Dato que sirve para no descartar una nueva victoria blanca: después de las elecciones generales, todos los partidos de centroderecha se unen detrás del candidato que llega al balotaje y se apoyan y acuerdan ministerios y cargos para vencer o intentar vencer al Frente Amplio. Eso pasó hace cinco años: el Frente le sacó casi 11 puntos al Partido Nacional (38% contra 28,6), pero en la segunda vuelta el Partido Nacional (ya con el respaldo de la Coalición Multicolor) consiguió un punto y medio más que su rival, para quedarse con la presidencia.
¿Qué fue la Coalición Multicolor? La alianza que armaron el Partido Nacional, el Partido Colorado, Cabildo Abierto, el Partido de la Gente y el Partido Independiente para ganarle al Frente Amplio, cuyo candidato era Daniel Martínez. Y, con el candidato blanco (Lacalle Pou) a la cabeza, ganaron.
A diferencia de otras épocas, ningún candidato convoca por sí mismo. No hay, en este proceso electoral, líderes que muevan masas por su propio nombre, por sus antecedentes, por su chapa. Hubo que remarla, apelar a la calle, a la militancia, al apoyo de otras figuras (Mujica a Orsi, Sanguinetti a Ojeda, el propio Lacalle Pou a Delgado), a las alianzas y al coaching político.
Ahora, con intenciones de ser quienes asuman la presidencia en el 40º aniversario de la recuperación democrática, Delgado y los blancos apuestan por el slogan reelegí un buen gobierno; Ojeda y los colorados sin color dicen que el nuevo es el único capaz de ganarle a Orsi en la segunda vuelta; y Orsi promete el Uruguay que soñamos (cualquier parecido con la Argentina que queremos, de la campaña peronista de 2023, es mera coincidencia).
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