Paladar 88 - Elogio de la lentitud
Montevideo desierta. Yoga, budismo, pausa. Un cartel en la rambla, una historia de Instagram, invertir salud. ¿Poder o no poder?
Ni el loro.
En Montevideo, los primeros días de enero, no queda ni el loro.
Cierra el almacén de pan de la cuadra, la rotisería que está a cien metros, la panadería de la vuelta, el restorán de la otra esquina, la confitería que queda sobre la avenida, el almacén que salva las papas (o la leche, el queso, el pan, la botella de agua) a última hora del día.
Nadie. Todo cerrado hasta mitad de mes.
Los vecinos se van de vacaciones. Los autos desaparecen. El delivery se vuelve imposible. Los puestos de la feria se cuentan con los dedos de las manos. Si Montevideo es una ciudad –para nosotros los porteños– tranquila, en enero se transforma. Es una isla desierta.
Todos tenemos al menos un momento en la vida que sale de la norma, de nuestra norma. Yo lo tuve hace unos quince años: empecé yoga, a leer sobre budismo tibetano y me devoré un libro sobre dejar de vivir a velocidad de la luz.
El libro se llama Elogio de la lentitud, escrito por el canadiense Carl Honoré. Habla de la vida que llevamos (o que llevábamos en ese entonces, ahora cambió mucho, se hizo incluso más vertiginosa, en parte gracias a la conexión permanente), que en las grandes ciudades se atraviesa a alta velocidad. Y cuenta los beneficios de, por decirlo de una manera criolla, bajar un cambio.
Eso hice entonces, no sé si por el libro o por otra cosa. Bajé un cambio. Dejé de preocuparme, también, por un montón de cosas insignificantes de la cotidianidad. Y, en ocasiones, me tomé con calma situaciones que podrían haberme enloquecido.
Bueno, sí, es una exageración lo del Garombol. Me preocupaban y me preocupan muchas cosas, pero desaceleré. Y me compré otro libro de Honoré, La lentitud como método, aunque de ese libro no me acuerdo mucho; ni siquiera sé si logré terminarlo.
Camino por la rambla después de casi un mes de abstinencia obligada por las nuevas rutinas que requiere la doble paternidad más una pequeña cirugía más las fiestas más el clima algo esquivo de lluvia y viento que atentó contra mis amagues. Camino y pienso porque cuando camino pienso, y mientras pienso todo parece moverse en cámara lenta. Pero no es enero, no. Es Montevideo. Para un porteño, incluso para uno que vivió la última década en un pasaje tranquilo de Villa del Parque, esta ciudad es paz.
Parece, aunque no sea cierto, que los conflictos no existieran. Los posibles dramas se diluyen en conversaciones banales, en mates, en corridas por la rambla, atardeceres y escapadas a balnearios que están a menos de lo que se tarda en salir de la capital argentina. No hace falta vivir en uno de los dos países; alcanza con ver los títulos de los principales portales de un lado y del otro para saber cuáles serán las preocupaciones cotidianas, sean éstas reales o exacerbadas; alcanza con salir a dar una vuelta y ver las caras, el ritmo. La velocidad.
Camino por la rambla de Montevideo y disfruto del aire en la cara hasta que en el tronco de un árbol veo un cartel que me hace frenar para enfocar en el mensaje:
Recién después voy a ver que abajo, chiquito, figura una cuenta de Instagram y que pega de estos cartelitos por toda la ciudad, pero no ahora, ahora no. Ahora camino y vuelvo a trotar, de a poco porque el médico dijo que no me apure, mientras las rodillas dicen, también, que mejor me tome un descanso.
Tomate un descanso, bajá un cambio, no te preocupes, viví más tranquilo, no te enojes, hacé una pausa, frená, calmate, tranqui. Se dice mucho, pero la realidad es que no siempre es posible. No quiero hacer de esto una cuestión de clase, pero es más fácil tomarse la vida con calma cuando tenés asuntos básicos ya resueltos. Cuando la vida no te pega un sopapo cada mañana.
Me viene a la cabeza un tema de Silvio Rodríguez, Canción de Navidad:
Tener no es signo de malvado
y no tener tampoco es prueba
de que acompañe la virtud.
Pero el que nace bien parado
en procurarse lo que anhela
no tiene que invertir salud.
Cuando Emilia quedó embarazada de Margarita tomé la decisión –que venía masticando hacía rato– de dejar mi trabajo como periodista en una redacción y pasar a la vida independiente, freelance, de la comunicación y el marketing digital (con los riesgos que tiene la independencia). Me salió bastante bien, conseguí algo rápido, sumé después otros trabajitos menores, llegaron los talleres de escritura, y así pude estar mucho en casa desde que mi hija nació hasta el día de hoy. A veces más a full, a veces más tranquilo, y cuando la tranquilidad se esfumaba, lo que primaba era el final de la cita de Silvio. ¿Cuánta salud me cuesta esta locura?
Yo pude.
¿Pero todos podemos hacerlo? ¿Vos podés? ¿Cuánto te cuesta poder? ¿Cuánta salud te cuesta no poder?
–¡Comé despacio, papá!
La lentitud se esfuma cuando se presenta ante mí un plato de comida, postre, cosa dulce, y Margarita me lo hace notar.
Camino lento, hablo en voz baja, me enojo poco, casi no grito, prácticamente no me preocupan las cuestiones cotidianas y tampoco me pongo nervioso por asuntos laborales. Por algún lado, pienso, hay que sacar esa ansiedad. La comida es mi normalidad, lo que les pasa a todos. Antes puteaba mucho arriba del auto, pero Montevideo me sacó también esa rutina, me hizo manejar más tranquilo.
–¡Comé despacio, papá! –me dice Margarita y yo entonces dejo los cubiertos, me sirvo agua, tomo un poco y después, de nuevo, vuelvo a la carga. Le digo que tiene razón, que hace mal comer rápido, que me cuesta, que siempre fui así a pesar de todas las recomendaciones, de los retos, de terminar primero y esperar al resto para lo que siguiera (postre, café, irse, pagar, lo que sea).
Sé que tengo que hacerle caso y por ahí algún día lo consiga. De momento es mi cable a tierra. A la tierra de los normales.
Tengo todo esto casi escrito y me topo con una historia de Instagram de mi primo Nano (dato: el mejor profe de teatro de la Argentina y probablemente de la galaxia) que descubrió en un libro de María Inés Bedia la cita de un flyer suyo, de 2017. El cartel en el árbol, la historia de Instagram. Todos los caminos conducen a este Paladar. No sé si a bajar un cambio, pero al menos a permitirse otra cosa. No pasa nada. ¿No?
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Gracias por llegar hasta acá. Feliz 2024. O lo más feliz y tranquilo que puedas.
. ¿Cuánta salud me cuesta esta locura? ❤️🔥