Paladar 97 – José sabía
Iba a llover, pero no llueve. Flores blancas, rosas, amarillas. Una sensación de orfandad. Murió Pepe Mujica. Y está llegando.
Una serpiente de personas que avanza poco. Se percibe interminable, pero la cola aparece unos metros más acá de la calle Venezuela. A lo lejos, el Palacio Legislativo, enorme, con un techo de nubes tristes; la serpiente avanza por Av. Libertador Lavalleja, se enrosca alrededor de unas vallas y sube las escalinatas por la derecha, entra en el Palacio y sale convertida en un sinfín de hormigas desordenadas que bajan por la izquierda, que esconden pañuelos en bolsillos y carteras, que retratan a la multitud con el celular. Banderas. Banderas de Uruguay, banderas del Frente Amplio, banderas del MPP, más banderas. Camisetas de fútbol. Desde acá se ve todo eso. Acá, allá: silencio, abrazos, mano sobre mano apretada, recuerdos, pensamientos; el dolor.
Iba a llover, pero no llueve.
Leo en una remera: No te vas, estás llegando. Lo había dicho él hablando de él, el Viejo, el Pepe, José Mujica, que ahora descansa en un cajón rodeado de bandejas, dibujos, cartas, mensajes, flores. La serpiente, esa fila que ante el pedido de ir de a dos se afinó de golpe, se apresura porque es la hora: treinta minutos más, dijeron, y los pasos se aceleraron. Un escalón, otro escalón. Cuando sea la hora cerramos. Escalón, escalón. Estamos tratando de que entren todos, pero no podemos prometer. Escalón. Espero sepan entender. Escalón, escalón, escalón. Pasos.
Adentro.
Flores blancas, amarillas, rosas, un camino de flores. Pasos en silencio. Alguien saca un celular y otros sacan sus celulares. Pasos. Son veinte, treinta pasos, y en un segundo empiezan a costar. Los pies temblequean cuando el féretro está ahí, a un par de metros, rodeado de ofrendas, rodeado de amor.
Porque hay algo que queda claro, acá adentro, allá afuera: esta despedida es por amor.
"Yo tengo mi buena cantidad de defectos, soy pasional, pero en mi jardín hace décadas que no cultivo el odio, porque aprendí una dura lección que me impuso la vida: que el odio termina estupidizando (...) El odio es ciego como el amor, pero el amor es creador y el odio nos destruye. Y una cosa es la pasión y otra cosa es el cultivo del odio ".
Salgo del Palacio, camino entre la gente, miro, pienso, hay algo. Diferente, parecido. Solemos hacer esas comparaciones. Innecesarias, boludas, aparecen así, sin más. Plaza de Mayo, 2010, 27 de octubre. Murió Néstor Kirchner y a la noche fuimos con compañeros de trabajo (todos periodistas) a Casa Rosada. Otra fila interminable. Silencio interrumpido por llantos. Algún grito. Pasos cortos. Escalinatas. Flores. Ofrendas. Piernas al borde del desequilibrio.
Orfandad. Vacío. La sensación es similar. Allá, acá: tipos que tentaron a miles de pibes y pibas a sumarse a la política, a militar, a creer. Allá: una muerte sorpresiva, dolorosa. Acá: una muerte lenta, dolorosa. Primera diferencia: acá no hay desgarros por la sorpresa, por lo súbito. Todo lo que es es por lo que es. Por lo que fue.
Hay personas que dejan huella por lo que hicieron y otras, sin importar cuánto hayan hecho, dejan huella por lo que fueron, por lo que movieron. Mujica es uno de estos. De los que ante cada palabra te dejaba pensando. Una enciclopedia de sentires y frases que penetran cuerpos.
“Ya terminó mi ciclo. Sinceramente, me estoy muriendo. El guerrero tiene derecho a su descanso”, dijo Mujica un año atrás, y esas palabras retumbaron pero prepararon el terreno. Hay dolor, claro que hay dolor.
Hay dolor porque la muerte es muerte, pero acá hay otra cosa. El tipo, el Viejo no parecía tener problema con la muerte. Su problema era con la vida. No con la suya, no, si la vivió entera. Con tuya. Con la mía. Con la nuestra.
"El grueso de nuestras sociedades está sometido a una autoexplotación, porque lo que gana tiende a no alcanzarle, porque todo está hecho como para que nunca le alcance. (…) Y tiene que conseguir más, y trabaja más y más y más, porque gasta cada vez más. ¿Y con qué paga? Con el tiempo de su vida, que lo gasta para producir valor para poder pagar. ¿Cuándo soy libre? Cuando me escapo de la ley de la necesidad".
Pobre, le decían. Y donde otros (nosotros) veíamos pobreza, él veía libertad.
Iba a llover, pero no llueve. Para qué, con el agua que corre bajo piel.
Desde Buenos Aires me preguntan cómo está todo, cómo lo veo, qué veo. Silencio. Respeto. Dolor. Veo y escucho a una dirigente joven, no me acuerdo el nombre; dice que estos dos días se permiten esto, el duelo, la tristeza, pero que después hay que seguir. Que si algo les enseñó Pepe es a seguir, a trabajar por una causa justa. La suya. La tuya. La mía. Pero hacer algo. Tener algo por lo que luchar. Por lo que vivir.
No lo sé ahora pero en unas horas, cuando vuelva a casa, Margarita me va a preguntar cómo estuvo. Me va a preguntar por qué había tanta gente y le voy a decir, también, que el tipo fue demasiado importante. Y me va a preguntar por qué, y le voy a decir que porque fue muy, muy querido. Y respetado. Y me va a preguntar por qué y voy a basar toda mi explicación no en una gestión de gobierno, no en un liderazgo militante, no en una forma de vida, sino en la forma de verla, de expresarla, de explicarla. De quererla. Le voy a decir que era un tipo que no odiaba a nadie. Y que pedía, casi que rogaba que aprovecháramos el tiempo con nuestra gente.
“Si tenés hijos, como querés que no les falte nada, les terminás faltando vos. No tenés tiempo de ser amigo de tus hijos porque estás preocupado por la máquina de cosas y le resultás un desconocido porque no entendés, no te comunicás. No le dedicaste tiempo a la criatura humana. No entendiste que todos los primates, todos los monos necesitan largos cuidados. Nada vale tanto como la relación, como el afecto, como el cariño, sobre todo en las primeras etapas de la vida (…). Nada vale más que la vida y lo que más hay que cuidar es la vida”.
Muchas veces, desde que vivo acá, escuché a amigos y conocidos votantes del Frente Amplio decir que el gobierno de Mujica no fue tan bueno como esperaban. Que dejó cosas, sí, abrió la puerta a derechos que venían reclamando durante vidas enteras y que no es poco, que amplió la imagen de Uruguay en el mundo, que dijo acá, acá es donde estamos nosotros, hagan zoom acá; pero que igual esperaban más. De él, justo de él esperaban más. Más: todo.
Y lo adoran, lo adorarán siempre, porque saben que si no hubo más no fue porque no quiso. No supo, tal vez. O lo supo más adelante.
“Es inconcebible que en el Uruguay haya gente con dificultades para comer. Yo yo tengo responsabilidad en eso también. Pude y debí haber hecho más”. Son estas cosas las que me resultan también admirables y que creo leer en los ojos que veo: el tipo era diferente. Realmente diferente. Y no por una suela de zapato rota, unas uñas largas, la camisa percudida, la barba desordenada, la panza al aire. Autocrítica y dirigente político van, en general, por caminos separados. El juntó eso y más.
El hombre lleva una bandera y a sus costados, los chiquilines llevan otras dos. Dos del Frente, una de Uruguay. Miran en silencio hacia el Palacio Legislativo. Todos están en silencio. Un mate, un cigarro, una botella de agua.
Una señora levanta las palmas. ¡Acá!, grita. A veinte metros otra señora la ve y corre. Se abrazan y giran, se tocan la cara, se abrazan más fuerte. Después, una se engancha del codo de la otra y le toma la mano. Miran, también, hacia el Palacio. En el Palacio está él, Pepe; por eso vinieron. A estar.
2010: Florecerán mil flores. Bajaste un cuadro, formaste miles. Camino y pienso en eso y me convenzo de que no, que hay mucho y a la vez no hay nada acá de esa tarde noche de octubre. Que estoy yo, que hay familias, amigos, presidentes, militantes, vecinos, gente, mucha gente, pero no. Es fácil encontrar las siete diferencias. O las siete mil. No es por comparar espacios, dirigentes, porque ya se dijo –ya dije– que en esta vereda del río no hay peronismo. Lo que hay son almas que se sienten, al menos por estos días, desamparadas.
José lo sabía. Por eso también para él era importante dejar esta tierra con uno suyo al frente del Frente y con los suyos al frente del país.
“Estoy feliz porque están ustedes, porque cuando mis brazos se vayan habrá miles de brazos sustituyendo la lucha. Y toda mi vida dije que los mejores dirigentes son los que dejan una barra que lo supera con ventaja”.
Orfandad, era. Eso, sí. Perderlo. No importa cuándo. Justo a él. Se podrá explicar, pero va más allá de cualquier explicación. Hay cosas que se sienten, que movilizan, que levantan, que interpelan, que proponen, que tocan fibras.
Miles y miles. Acá afuera, allá adentro. En un rato va a salir el cortejo y ahí el silencio dejará otra vez lugar para llanto, aplausos, emoción.
“Querido pueblo, gracias. No dudes que si tuviera dos vidas las gastaría enteras para ayudar a tus luchas, porque es la forma más grandiosa de querer la vida que he podido encontrar (…). No me voy, estoy llegando, me iré con el último aliento, y donde esté estaré por ti, contigo, porque es la forma superior de estar con la vida”.
Gracias por este relato, estuve ahí por un ratito, sin estar.
No iba a llorar, pero leí Paladar.